Si hay una canción que para mí celebra el estar bien, esa canción es ésta. Sin prejuicios y sin culpas. Sin vergüenza ni pudor. En un mundo en el cual "soy feliz" es una frase que debe ser dicha en voz baja para no romper el hechizo, para no despertar envidia, para que no ser considerado soberbio, arrogante y vanidoso, esta canción festeja el momento de la felicidad y la intensidad con la que deberíamos experimentarla, alejando de nosotros cualquier sombra de miedo, duda o tristeza. 
Casi todos estamos acostumbrados a celebrar nuestras alegrías con austeridad porque la felicidad es provisoria o porque "el que ríe en viernes llorará en domingo". ¿Y si pensáramos al revés? ¿Y si pudiésemos ser felices hasta los huesos porque, total, la felicidad es provisoria? ¿Y si pudiésemos valorarla porque es fugaz? ¿Y si pudiésemos entender y sentir que la tristeza también lo es? ¿Y si nos acostumbrásemos a pensar sólo en el ahora porque, en definitiva, es lo único que tenemos? 
El tiempo es una construcción que nos encarcela. El tiempo, en realidad, no existe. No hay pasado ni futuro. Sólo momentos encadenados caprichosamente por nuestra memoria. O sucesiones probabilísticas articuladas por nuestra imaginación. La vida es ahora. El ahora es eterno.
I'm a shooting star leaping through the skies. Don't stop me now, I'm having such a good time.


Don't stop me now. Queen.

Buena parte de mi infancia transcurrió frente al televisor. "De aquí a la eternidad", "El puente de Waterloo", "De corazón a corazón", "La malvada", "La ventana indiscreta", "El cisne", "Desayuno en Tiffany's", "La princesa que quería vivir", "El ocaso de una estrella". Películas que vi una y mil veces, siempre fascinada por esa época de Hollywood en la cual las estrellas eran tantas que había que asignarles también los roles secundarios. "Sus dos amores" reunió a una Rita Hayworth desafiante y provocadora (como casi siempre) y a un Frank Sinatra que cantaba esta canción con una picardía que entendí aun cuando era chica y aun cuando no sabía una palabra de inglés. 
Me acuerdo de mí, estudiando las expresiones y los gestos de Rita frente a la tele para después intentar copiarlos frente a un espejo. Me acuerdo de mí fascinada con su figura curvilínea, los vestidos strapless y los guantes larguísimos. Me acuerdo de mí, de esa nenita que admiraba a las estrellas de Hollywood; de todas las ilusiones que quedaron en el camino o que se estrellaron contra la realidad. Y de todas las grandiosas maravillas que la vida me tenía reservadas y que jamás hubiese podido imaginar. 


Frank Sinatra. The lady is a tramp.

Mil nueve setenta y pico largos, el interior de los Estados Unidos, un viaje extraño. Haciendo nada en la época del deme dos... en fin, nada excepto comprar sin pensar, sin elegir, sólo porque supuestamente era conveniente. Las primeras papas fritas con ketchup porque venían así, bañadas en salsa roja cuando todavía ni siquiera imaginábamos McDonald's en Buenos Aires y McDonald's allá era un lugar desagradable y sucio. Mi inglés de academia británica chocando contra el inglés gangoso de ese lugar. La televisión gritona y de colores saturados, inundada de publicidades tipo "llame ya". El aire acondicionado en todos lados: hoteles, supermercados, autos... que todavía acá era un raro lujo. Un Camaro celeste en una autopista vacía a 55 millas por hora. Desayunos con huevos revueltos. La visión de personas vestidas con poco esmero, algunos sombreros de cowboy y botas tejanas, el viento levantando tierra. Un hotel de regular para abajo que olía a hotel de regular para abajo. En el lobby oscuro, unos flippers mecánicos, de aquellos que se tildaban si los movías. Mi pasión por esos juegos. Especialmente por uno que parecía querer darme la satisfacción de sumar muchos puntos. La radio encendida, como en el living de casa pero feo. Y esta canción sonando todo el tiempo mientras yo jugaba ficha tras ficha, allá lejos, hace tanto tiempo. Babe I'm leaving, I must be on my way, the time is drawing near...



Babe. Styx

D. tocaba la guitarra y cantaba. Obvio que, a los ojos de las chicas, un tipo que toca la guitarra y canta tiene alguna ventaja frente a los que miran, algo así como un plus que lo transforma en winner, lo hace más alto, más buen mozo, más sensible, más inteligente, más seductor... y más histérico. 
D., además, no era un "rasgueador" de esos que tocan la que todos sabemos para que los acordes básicos se pierdan entre los gritos del improvisado coro. No, D. tocaba en serio. Punteaba bonito, se enojaba cuando los acompañantes desafinábamos e inocultablemente se le inflaba el ego al percibir que todas suspirábamos por él.
C. moría por D. hasta el límite de la angustia. Yo, más dispersa, oscilaba entre él y un par más pero de buen grado habría aceptado sus miradas, algún que otro beso y la osadía de una caricia robada. Pero D. no cedía. Como una verdadera estrella, era hermético en cuanto a sus verdaderos sentimientos, como si sintiese que se debía a ese público de colegialas románticas. Como una verdadera estrella entendía que la magia reside en el misterio. Y era reservado y misterioso.
Esta canción era el caballito de batalla de D. La que no tocaba hasta escuchar las súplicas de las chicas, la que postergaba mientras los otros varones del grupo juntaban envidia y rabia, la que después soltaba con voz segura, igualita a la versión original.
¡Ah, me olvidaba!... D. se quedó con P.


Los juguetes y los niños. Vivencia.

En ocasiones siento que tengo la vida más o menos acomodada –por lo general, eso es a lo máximo que podemos aspirar–, todo se desliza apaciblemente y experimento un cierto clima de reposo. Sin embargo, la mayoría de las veces, todo es incierto. Camino en medio de la niebla. Ando a tientas, desorientada. Atino al movimiento para escapar de esa etapa incómoda o me quedo detenida por miedo a estar aún peor. El piso tiembla. El aire se espesa. La lucidez desaparece. 
Sé que tanto desconcierto suele ser preludio de un cambio estructural. Sé que se avecina una transformación, un giro que me pondrá en otra dimensión, en otro plano. Un salto cuántico. 
Sé que cuando las cosas andan para atrás, la certeza de que van a mejorar se llama fe. Sé que cuando las preguntas no tienen respuesta, la respuesta está soplando en el viento.


Blowing in the wind. Joan Baez

Cada vez que escucho esta canción mis pies empiezan a moverse y termino levantándome de donde esté para bailar. Porque me encanta, porque me llena de alegría, la he bailado con tacos y descalza, abrigada y casi desnuda, bajo techo y al aire libre, borracha de coca light o sedienta de champagne, sintiéndome agarrada a la tierra y también con los brazos en alto, como volando. La he bailado y la voy a seguir bailando.
La subo acá porque me gusta, porque hay momentos especiales en los que necesitamos conectarnos todavía más con las cosas que nos gustan y porque éste es uno de esos momentos. 


I'm yours. Jason Mraz

Generalmente, uno no cree que algunos años fueron dorados hasta que el tiempo opaca el brillo, hasta que la mirada se ablanda y se pone benévola con el pasado. Generalmente uno recuerda y se enamora del recuerdo. Generalmente, uno piensa en lo feliz que podría haber sido en ese tiempo con la sabiduría que tiene hoy. La juventud es grandiosa cuando ya la hemos pasado.
Yo amaba esta canción. La tenía en un disco simple –una antigüedad– que ponía una y otra vez en mi Discofonic Toca-Toca –otra antigüedad–, una especie de caja/bolso con una correa larga que devoraba pilas A y que sonaba como el @&*#. El aparato en cuestión, de color gris, era el colmo de la innovación y la portabilidad aunque parecía un catafalco tosco y pesaba una tonelada. Además, había que cargar con los disquitos... ¡Quién hubiese imaginado entonces que la música estaría en los teléfonos, que los teléfonos podrían llevarse en el bolsillo y que nuestras vidas serían tan pero tan portátiles!


Never marry a railroad man. The shocking blue

Tiene el encanto de lo políticamente incorrecto, de lo alocado y de lo inesperado. Te saca de la vida "by the book", de lo que se espera que una persona de cierta edad haga a esa cierta edad. Te devuelve a una época que –con justa y sabia razón– creías perdida para siempre. Es fugaz e intenso.
Alguna vez me sentí Mrs. Robinson. Duró lo que tenía que durar: poco. Pero al menos fue alguna vez.


Mrs. Robinson. Simon&Garfunkel

Entre los muchos discos de "música moderna" que solía comprar mi papá estaba el de Herman's Hermits. Era una banda poco común y no muy conocida acá en los 60. 
Para la década siguiente, por algún motivo que no recuerdo, este tema me encantaba y todavía formaba parte de los que yo escuchaba –y bailaba– habitualmente. Aunque hoy puede ser considerado un clásico, el disco era una rareza que varios amigos quisieron comprarme y que todos pedían que llevara cuando nos juntábamos en distintas casas a pasar largas tardes de música y charlas intrascendentes, pero llenas de miradas intensas. En ese entonces me gustaba J. y, como guardábamos la distancia lógica de los catorce años, la broma sobre el título de la canción era tan obvia como inevitable.
Volviendo al disco, la tapa se fue rompiendo y quedó sólo el sobre protector de papel blanco. Llegó un momento en que para escuchar el tema había que tener una de esas púas berretas porque con las buenas saltaba todo el tiempo de lo rayado que estaba. Un día, hace mucho, me olvidé del disco. Después el vinilo fue reemplazado por otro sistema y luego por otro y por otro... Hasta que, unas semanas atrás, volví a encontrarlo, esta vez en youtube, esa moderna lámpara de Aladino que satisface todos mis deseos musicales.
 

Herman's Hermits. No milk today

Estar firmemente atados a nuestras raíces nos permite volar alto y lejos porque sabemos que hay un lugar al cual volver, un refugio y un amparo. Ser conscientes de nuestras raíces nos ayuda a desplegar nuestro potencial, a que nuestra vida florezca y se expanda. El orgullo por nuestras raíces es el fino hilo que nos sostiene y nos alimenta.
Cuando olvidamos nuestro origen, perdemos el rumbo. Nos desorientamos, nos distraemos, nos traicionamos.
Esta escena y este tema de Cinema Paradiso siempre me devuelven al lugar y al tiempo en los cuales se forjó mi identidad; a esas cosas mínimas que sólo parecen tener sentido para mí; a un llanto que pinta el alma de alegría y esperanza. Es un espejo en el cual puedo mirarme y, sin ninguna duda, agradecer ser quien soy y venir de donde vengo.


Cinema Paradiso. Ennio Morricone

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