Cuando esta canción se puso de moda, yo tenía un –adolescente– noviazgo con R. y, cada sábado, era casi obligado salir a bailarla cuando sonaba en alguna de las fiestas del club. 
Para mí, la calidad del compañero de baile era un punto relevante en la "lista de aptitud" de un candidato. Y R. bailaba muy bien. 
El noviazgo, sin embargo, duró muy poco. Pasó el tiempo y me olvidé de R., de las fiestas del club y de esta canción. Hasta hace poco. 
R. y yo nos reencontramos después de treinta años de no vernos y el tiempo pareció retroceder. Una vez más, volvimos a bailar, volvimos a tener una relación (que también fue corta), y volví a escuchar esta canción que había sido, por un breve lapso, "nuestra canción". 
Hoy R. es uno de mis mejores amigos.
Nuestro vínculo de tantos años muestra que:
• Las relaciones amorosas pueden terminar bien.
• La amistad entre el hombre y la mujer es posible.
• La vida da segundas oportunidades.
• Un buen bailarín, por lo general, gana más que un pata de palo.
• Lo que ha sido amorosamente guardado en nuestro corazón puede ser amorosamente retomado.
• El tiempo no existe.



Dance with me, Orleans

Cuba es para mí: 
La alegría de su gente que se impone a la tristeza.
Un largo lagarto verde.
La salsa y el son.
La esperanza en la Revolución que me transmitieron mis padres. Y también la decepción.
Un bloqueo injusto que transformó a la isla en un prisionero que ha quedado olvidado en una cárcel abandonada.
Tres tristes tigres.
Un paraíso con playa y sol.
La mirada bondadosa de Ibrahím Ferrer y el eterno habano del Compay Segundo.



Chan chan, Buena Vista Social Club

A la mayoría de las personas, sobre todo a las del género femenino, le gustan las canciones de amor. Dicen cosas simples que sólo tienen significado entre dos personas pero que nos atañen a todos. Yo prefiero las que celebran el amor a las que hablan de amores perdidos o frustrados. Y, curiosamente, las últimas son mucho más numerosas que las primeras.
Además, me fascinan las baladas –de amor, obvio– de bandas cuyo repertorio no es precisamente de baladas; Aerosmith, por ejemplo. 
Abajo, una de mis baladas-de-amor-feliz-de-banda-no-baladista preferida. Si uno no los ve, puede imaginarse jóvenes cantantes melódicos comme il faut ensayando armonías con las voces y la guitarra acústica. Pero, claro, el video –de excelente calidad– muestra otra cosa.


Extreme, More than words

Y un día todo cambia. Y lo que estaba no está. Y lo que era no es. Entonces la mente se puebla de fotos, de viejos cuentos que parecían interminables y que, sin embargo, se acabaron. Unos ojos se cierran y otros ojos vagan lejos hacia atrás. Un latido se detiene y otro se acelera. Dos suspiros se encuentran un instante en el aire y luego uno vuelve al cuerpo y el otro se desvanece. Una voz se silencia y otra se ahoga.
Y hay que despedirse para siempre de lo que estuvo y ya no está y de lo que fue y ya no es. Y llega el momento del adiós. 



Cuando ya me empiece a quedar solo. Sui Generis

Creemos que sabemos, creemos que crecimos, creemos que maduramos hasta que chocamos con los mismos hábitos que nos dañaron, con los mismos vínculos enfermos, con los mismos vicios del hacer que aplastan nuestro ser, con los mismos viejos errores.
Lo hiciste bien o lo hiciste mal o no lo hiciste o lo hiciste cuando no deberías haberlo hecho. Caminos que no llevan a ningún lado. Recorridos en círculos esperando una mirada de aprobación; alguien que te ponga una mano en el hombro para alentarte o una mano en el pecho para detenerte. Y no vamos a ningún lado porque no hay dónde ir. Y la mirada de aprobación no llega, o llega pero ya no tiene sentido. Y no hay mano que te aliente como no hay mano que te detenga. 
El camino es una escalera de caracol desde donde todo se ve siempre igual pero siempre es diferente. Entonces creemos que estamos subiendo, avanzando, progresando, triunfando. Hasta que necesitamos el zapato un número más grande porque el otro quedó chico, o hay que ampliar la casa, o el traje no nos cierra. La estructura no sostiene y debe ser destruida para construir otra. 
Y uno puede quedarse ahí con el zapato apretado, la casa abarrotada o el traje inocultablemente estrecho... quedarse en la estructura con la ilusión de la estabilidad y la intuición del estallido en ciernes... quedarse inmóvil, como muerto, para que lo que nos ahoga no nos duela. 
O también puede deshacerse de lo viejo, cortar las ataduras y desplegar las alas en un vuelo incierto. Y crecer una vez más sabiendo que no será la última. Y volver a equivocarnos porque el error es parte del logro. Y ponernos fuera del alcance de las miradas de aprobación y desaprobación (o quedarnos a su alcance pero que no nos importe). Y desconocer el paisaje y las caras y los gestos. Y vivir. Sólo vivir. Aunque lluevan sapos.
 

Wise up. Aimee Mann – Tema de la película Magnolia.

Desde muy chiquita me gusta la noche. Pero no es simplemente la noche como momento lo que me atrae sino, más bien, la idea de la noche y todo lo que viene con ella: la oscuridad, el misterio, lo oculto... 
Cada vez que tengo oportunidad miro al cielo nocturno con fascinación. Ahí está la inmensidad de lo desconocido. El movimiento eterno de lo que parece quieto. El reflejo de una luz viajera que ya no viaja y ni siquiera es luz porque hace tiempo que no existe. 
El cielo de la ciudad exige del espectador paciencia. Las estrellas más grandes van dejándose ver de a poco, como si se asegurasen que su brillo no va a ser devorado por las luminarias urbanas, como si no quisieran competir con ellas. El espacio a nuestro alrededor es bastante plano. La luna es reina y señora de las noches.
El cielo del campo es muy diferente. La profundidad de la bóveda celeste y la cantidad de estrellas nos acercan a la idea de infinito. Lo inconmensurable, lo inatrapable surge ante nosotros, majestuoso. Aquello que en la ciudad aparecía plano en el campo adquiere tres dimensiones. Advertimos que hay estrellas que están más cerca y otras que están más lejos. La Vía Láctea se muestra ante nuestros ojos como una franja luminosa. La luna comparte el protagonismo con todos los otros astros. 
El cielo también es conmovedor en noches tormentosas o nubladas en las que las nubes se recortan en grises rojizos o azulados, plomizos y brumosos. 
La noche me hace consciente de mi respiración y de mis latidos. La noche despierta mis instintos. La noche desata la más mía de todas mis voces.
Amo la idea de la noche. Y esta canción, para mí, es una canción de amor al misterio de la oscuridad.


Kiss from a rose. Seal

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