Hernán Figueroa Reyes, el autor de esta canción, murió en 1973. Aunque yo tenía apenas 14 años, recuerdo muy bien el accidente automovilístico y la noticia de su deceso unos días más tarde.
Si bien Figueroa Reyes y el folklore en general no figuraban en los primeros puestos de mi lista de intereses, esta zamba sí tenía un lugar en mis preferencias porque me atraía y me conmovía como casi ninguna otra. Percibía en la letra lo que después, con el paso de los años, confirmaría: que la muerte es un umbral mínimo en el eterno devenir de los tiempos. 
Hace poco más de un mes, el fallecimiento de alguien muy cercano me devolvió esta zamba. Cantarla, mentalmente o a voz en cuello, fue lo que me ayudó a ver de cerca ese umbral, a decidir cuáles quería que fuesen las condiciones de la despedida y, sobre todo, a comprender desde los huesos que no vernos no es lo mismo que no encontrarnos. Porque podemos estar frente a frente con los ojos abiertos y, sin embargo, el encuentro no se produce. O podemos no vernos nunca más y encontrarnos, sin cita previa, en el eterno devenir de los tiempos.



Zamba para no morir, Hernán Figueroa Reyes

Por cuestiones de principios, aunque pasé mi infancia en una localidad del Conurbano bonaerense en la cual abundaban las escuelas inglesas, mis padres decidieron que la mejor opción para mi educación era la escuela pública (la "escuela del Estado") y que el estudio de otros idiomas era una cuestión sin importancia. De todos modos, no pudieron frenar mi ambición "panlingüística" y, apenas comenzado el secundario, yo ya había logrado tener clases particulares de inglés y de francés. 
Poseída por un entusiasmo incontenible, me calzaba los enormes auriculares qeu es usaban en esa época para escuchar mis canciones preferidas y saltaba de alegría al darme cuenta de que las palabras sueltas iban transformándose en frases y las frases en estrofas hasta que un día, por fin, pude cantar mi primera canción completa: Please, Mr.Postman.



Please, Mr.Postman, Carpenters

Alguien desaparece de nuestras vidas y pensamos que es para siempre cuando, en realidad, "para siempre" sólo existe mientras dura. Porque la vida es caprichosa, da vueltas, gira, fluye. Pero porque mucho más caprichosa es nuestra memoria, que trae los recuerdos sin permiso y hace del pasado presente. Y aquello que creíamos que ya no existía regresa para jugar con nosotros. Así como la memoria es provisoria, también lo es el olvido. 
Más de una vez no nombré y quise que no me nombraran. Era cuando, en carne viva, el nombre dolía y el ser nombrada daba miedo. Ahora, que sé que la vida no dura tanto como para permitirme clausurar una palabra, ahora que entendí que la omisión sólo la hace más presente, ahora que reconozco que le debo parte de lo que soy hasta a los nombres más temidos, no me importa nombrar ni me importa si me nombran. 



No me nombres, Javier y Andrés Calamaro

Creo que no hay canción que no hable de amor. Pero para mí, algunas son especiales. The way you look tonight es una de ellas. Y no sin motivo. Alguna vez tuve una relación con alguien que decía que había nacido en la época equivocada porque su alma y su espíritu coincidían con los de la década de esta canción. Era un hombre de otro tiempo que vivía con mucha tristeza su permanente desacople con el tiempo actual. Era capaz de un romanticismo inusual. Y, por supuesto, bailaba muy bien, sobre todo los ritmos que nos transportan de inmediato a los salones en los que, en la década del 40, se bailaba swing. Tal vez lo que nos separó fue comprender que ese salto cronológico sólo podía ensancharse. El se quedó ahí, añorando un tiempo que nunca conoció. Yo seguí adelante, caminando hacia el futuro.



The way you look tonight, Rod Stewart

Verano. Circuito interminable de playa y disco y playa y disco. Epoca de mañanas inexistentes. Atardeceres mágicos, siempre iguales y siempre diferentes. El sol cayendo en el mar, devorado por esa inmensa boca de agua. Y el mundo cambiando de color segundo a segundo, del amarillo rabioso y ardiente al naranja; del naranja al rojo; del rojo al violeta; del violeta al azul; del azul al negro. Y las primeras estrellas como pequeños faros. Y la luna, asomando cálida en el horizonte y enfriándose en el camino al centro del cielo. Noches de música y alegría. Muchas, todas. Ese ir y venir y estar y no estar y mirar y ser blanco de las miradas. Aquel tiempo en que no había nada más importante que el verano. Y aquel verano en que todos bailamos al ritmo de Dire Straits.  



Sultans of swing, Dire Straits

Cuando el flower power hacía furor yo era muy chica, así que ni Woodstock ni Monterrey; ni Janis Joplin ni Jimmy Hendrix ni Ravi Shankar ni Joan Baez ni Joe Cocker; ni largas túnicas de telas ligeras y coloridas ni amor libre; ni marihuana ni LSD, ni amor ni paz... Nada de eso formaba parte de mi mundo infantil.
Tiempo después, en mi imaginación adolescente veía esa época –reciente pero pasada– como el paraíso perdido de los poetas románticos, como el mundo que se había escapado y que había que recuperar y reconstruir.
La música de esos años era atractiva y a medida que avanzaba la década fue adquiriendo complejidad, cargándose de múltiples sentidos y tornándose, en cierta forma, misteriosa.
Por alguna razón que no llego a comprender, este tema siempre me trae una pincelada de extraña melancolía por un tiempo no vivido, me hace extrañar lo que nunca tuve y me recuerda el desamparo de la playa en un día de invierno.



California dreamin', The mamas and the papas

Soy, por decirlo de alguna manera, "impar". Cuando apenas tenía uso de razón, ya quería ser lo que soy hoy. Antes de aprender a andar en triciclo aprendí a leer y escribir. Cuando otros chicos y chicas jugaban, yo leía libros "de grandes". Cuando mis compañeros de la escuela primaria iban a misa yo hacía un piquete en la puerta de la iglesia. Cuando mis compañeras de la secundaria intercambiaban historietas de Archie, yo me zambullía en "Arbol de Diana".
Durante mucho tiempo me costó horrores admitirlo. Después me costó asumirlo. Más tarde, me costó sostenerlo. No era tanto por mí como por los que me rodeaban. Porque el entorno nunca quiere que estemos fuera de escala o fuera del molde o más allá de la media normal. Y nos quiere así porque es más fácil, porque no complica. Entonces, cuando alzás la cabeza por encima del promedio, ¡zas!, viene el hachazo o el "callate, nena" o el "¡siempre lo mismo, vos!" o el cualquier cosa cuya intención es anular, disimular, desdibujar, maquillar o esconder tu singularidad más singular.
Repasando:
Me costó admitirlo porque eso significaba poner distancia con todo aquello con lo que necesitaba identificarme.
Me costó asumirlo porque –"nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio"– implicaba un camino sin retorno.
Me costó sostenerlo porque la persistencia venía de la mano con la soledad.
Luka y la voz de Suzanne Vega me recuerdan a esa adolescente que fui. La que resultaba atractiva por ser tan diferente; la que, en el fondo y en silencio, sufría por no ser igual a los demás.


Luka, Suzanne Vega

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