Mil nueve setenta y pico largos, el interior de los Estados Unidos, un viaje extraño. Haciendo nada en la época del deme dos... en fin, nada excepto comprar sin pensar, sin elegir, sólo porque supuestamente era conveniente. Las primeras papas fritas con ketchup porque venían así, bañadas en salsa roja cuando todavía ni siquiera imaginábamos McDonald's en Buenos Aires y McDonald's allá era un lugar desagradable y sucio. Mi inglés de academia británica chocando contra el inglés gangoso de ese lugar. La televisión gritona y de colores saturados, inundada de publicidades tipo "llame ya". El aire acondicionado en todos lados: hoteles, supermercados, autos... que todavía acá era un raro lujo. Un Camaro celeste en una autopista vacía a 55 millas por hora. Desayunos con huevos revueltos. La visión de personas vestidas con poco esmero, algunos sombreros de cowboy y botas tejanas, el viento levantando tierra. Un hotel de regular para abajo que olía a hotel de regular para abajo. En el lobby oscuro, unos flippers mecánicos, de aquellos que se tildaban si los movías. Mi pasión por esos juegos. Especialmente por uno que parecía querer darme la satisfacción de sumar muchos puntos. La radio encendida, como en el living de casa pero feo. Y esta canción sonando todo el tiempo mientras yo jugaba ficha tras ficha, allá lejos, hace tanto tiempo. Babe I'm leaving, I must be on my way, the time is drawing near...



Babe. Styx

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