Todo puede cambiar. De un día para el otro, de un momento para el otro. Lo que está adentro de un círculo puede estar afuera. Lo que está arriba de nuestras cabezas, abajo. Lo que era blanco puede ser negro y lo gris, desaparecer.
El fluir incesante de la vida nos desafía a la permanente transformación y nos muestra, con sus repetidas variaciones de rumbo y de densidad, que debemos ser flexibles y dinámicos.
Nada, salvo el movimiento, es seguro. Nada, salvo el no saber dónde estaremos al despertar, puede ser considerado una certeza. Quieta aquí, me estoy moviendo. Al abrir los ojos en mi cama, sé que he viajado durante toda la noche y que el cuarto en el que despierto no es el mismo en el que me dormí.
Quien no esté dispuesto a cambiar, queda estancado. Puede trabarse en un recodo o tomarse de una rama por miedo a dejarse llevar. Quien no esté dispuesto a cambiar se convierte en un punto lejano que dejamos atrás, a veces con tristeza, otras con indiferencia. Lo que prueba, una vez más que el tiempo no es tiempo sino espacio.



Bittersweet Symphony, The Verbe

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