
Una noche, mi papá y yo estábamos mirando televisión. El me vio extasiada frente a las imágenes de esa bahía casi de juguete.
–¡Ay, papá, cómo me gustaría que fuésemos a Portofino!, suspiré.
–Hija, me respondió con dulzura, no sé si yo alguna vez iré pero estoy seguro de que vos sí vas a ir. Prometeme que cuando estés ahí te vas a acordar de mí y de esta noche.
Quince años más tarde llegué a Portofino. Por supuesto, en lo primero que pensé fue en mi papá. Recién un rato después, cuando me sequé las lágrimas, pude ver la playa minúscula, los trompe-l'oeil que decoraban las fachadas de los edificios, los barcos descansando en el agua de a ratos verde, de a ratos azul. Sentí el aire limpio en mis mejillas, el encanto de esa ciudad mínima. Caminé un rato por la rambla, perdida entre la gente.
Volví a Europa varias veces. Nunca quise volver a Portofino.
La foto es una captura del comercial.
No siempre es posible incluir los videos, pero si quieren verlo, el comercial entero –y todos los demás de la serie– está acá.
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